lunes, 8 de agosto de 2016

Stranger Things (The Duffer Brothers, 2016): Torres más raras han caído ¿Y qué?


Por cortesía del maravilloso y despiadado a partes iguales "formato Netflix", el fulgurante amor platónico de verano que ha supuesto la irrupción de Stranger Things va distanciándose, y las convulsiones nerd van dejando paso a una opinión más reposada. La misma fuerza con la irrumpió es ahora la calma con la que nos deja, salvo claro está, por ese pequeño cosquilleo al pensar en el próximo verano:

¿Volveremos a encontrarnos? ¿Sentiremos lo mismo? ¿Seremos capaces de reconectar o ya no nos interesarán las mismas cosas? Si solo hemos compartido 8 episodios... ¿Realmente lo hemos sentido?

8 episodios que pasaron en un suspiro mientras probablemente ponías cara de imbécil. La misma que se te queda al rememorar ciertas escenas cuando nadie te mira. Porque no nos engañemos, igual que ese primer amor de verano, mola mucho decir lo que te gusta, pero mejor que no te vean en su compañía.

Porque con ta y tantos, igual no es muy normal soltar un alarido friki cual Nintendo sixty-foooooour delante de la mitad de tus amigos (que no entienden nada) mientras la otra mitad lo contienen (ya que el tuyo les ha sacado del trance); por no hablar de las lagrimillas furtivas que a veces ni tú mism@ entiendes muy bien...



Y en este suspiro, los Duffer pasan por la izquierda a los Russo como los hermanos de moda, pero esa, amig@s, es otra historia.

Tranquilos, que no estoy aquí para repasar por enésima vez en un blog random toooooooodas las referencias de la serie, pero eso sí, quiero dejar claro aquí NUNCA las llamaremos referencias a la cultura Pop. Sí, ya sé qué Pop es diminutivo de popular, pero es que hasta donde yo recuerdo, más de la mitad de esas referencias no se situaban precisamente en el espectro de lo popular. Medio parafreseando a cierto cantante refiriéndose a cierta banda, Stranger Things es el eco de voces que dijeron la verdad, y que mucha gente escuchó. Voces que representan también a los excluídos, a los demasiado sensibles, a los gordos, a los torpes, a los raros, a los empollones, a los hiperactivos, a los abusados y a los tímidos. Esto no es cultura popular, esto es algo mucho más grande.

Y es que en las semanas transcurridas desde que Netflix la liberara al mundo, y tras el enamoramiento masivo, quizás la crítica más recurrente que perdura es que la serie no inventa nada nuevo. Y a fe que no podría ser más cierto. Porque puede ser que en última instancia, Stranger Things no cuente nada mucho más allá de NOS GUSTAN LOS 80: nos gusta Stephen King, Dungeons & Dragons (el juego señores), John Carpenter, la Amblin, Pesadilla en Elm Street, los sintetizadores, las BMX, la ciencia aplicada, la Patrulla X, las conspiraciones gubernamentales, los efectos especiales prácticos, Cuentos Asombrosos, el tubo catódico, las 8 pistas, el VHS, las Ataris y los Spectrum. Quizás no cuenta nada que de una u otra manera no hayan explicado ya los propios King, Lovecraft, Gygax y Arneson (D&D), Spielberg, Claremont, Craven, Windsor-Smith, Kyle y Yost, o Del Toro; las reposiciones de Twilight Zone, Galerians, Silent Hill, Expediente X, o tantos otros...

Pero es que amigos y amigas, ahí es donde reside su magia. Porque cuando has nacido en 1980 y prácticamente cada una de esas cosas te apasionaron, cuando la voz de los Duffer es el eco (y no una suplantación impostora) de todas esas voces que te formaron desde tu más tierna infancia (a la cual te retrotraes a través de sus principales protagonistas), resonando también para todos aquellos que quizás éramos demasiado sensibles, o torpes, o tímidos, o sencillamente fuera del espectro de lo poular, pese a no haber absolutamente nada raro en nosotros (nuevamente, a imagen de sus protagonistas) ¿Cómo demonios no perder el culo y enamorarse hasta las mismísimas trancas?

Y es tan sencillo como eso, como ese primer amor platónico de verano que te gustaría compartir con todos, pero no necesitas justificar ante nadie. Puede que el próximo verano ya no seamos los mismos, que ya no nos interesen las mismas cosas o no consigamos conectar con la misma naturalidad. Pero el primer verano y el cosquilleo del que está por venir, eso ya nos pertenece, y nadie puede arrebatárnoslo.


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