jueves, 13 de agosto de 2015

¿Falta originalidad? Lo que sobra es mediocridad. Ética y contenidos online.

Interrumpo mis habituales reseñas para traeros hoy una pequeña reflexión, siendo probablemente el blog el medio más adecuado para plasmarla.

Me llegó hace no mucho cierto contenido donde se denunciaba abiertamente, y sin demasiado fundamento, una alarmante falta de originalidad en el mundo del entretenimiento. La mil veces repetida canción triste, llena de vaticinios apocalípticos, mucha amargura, y en este caso concreto, escupida desde la limitada óptica de quién cree saber mucho, sabiendo en realidad muy poco.

Porque uno puede o no estar de acuerdo con alguien que afirma lo mismo desde la experiencia de quien lleva años, décadas, en el lado del consumidor compulsivo, en una conversación natural alejada del postureo que ejercen algunos aspirantes a creador de tendencias, que hablan más de lo que piensan, y destruyen mucho más de lo que crean. Y que nadie me malinterprete, ninguno somos ajeno a la pérdida de la capacidad de fascinación que a veces conlleva el paso de los años. La experiencia puede traer consigo una maleta pesada, una carga de escepticismo, un trasfondo amargo, y si no tenemos cuidado, hasta decepción y hastío.

Pero cuando esta afirmación nace de la propia frustración y mediocridad, cuando este hastío no responde a una trayectoria sino que ya viene de fábrica, y además se lanza con ínfulas de superioridad, a uno le saltan todas las costuras.

Hace hoy algo más de tres años, decidí enfocar algunos de mis esfuerzos hacia el mundo de la opinión y la crítica. En este tiempo, mientras buscaba mi propia voz (aún la sigo buscando), sin duda he cometido errores, pero de buen seguro he aprendido algo: quienes queremos dedicarnos a dar opinión, sea de manera profesional o aficionada, debemos procurar tener siempre en mente ciertas máximas. El dogmatismo, el inmovilismo y la posición de superioridad auto-concedida, han de ser vistos como el gran enemigo, y nunca como un sello de identidad. Tanto si queremos aportar un valor añadido, como ser un vehículo de aproximación, un elemento de consulta, o incluso una habitual voz discordante, debemos siempre mirar primero nuestro propio ombligo. Porque en el ejercicio de la opinión, debemos aportar nuestra visión intentando siempre ser vehículo de lo poco o mucho que sabemos, pero nunca esclavos de lo que no sabemos. Nunca vender vivencia como hecho, y aún menos, transmitir datos falsos  para fundamentar en ellos una opinión.

Porque independientemente de la mayor o menor tendencia al reboot, remake, o re-imaginación de conceptos ya conocidos, cada año tenemos varias propuestas interesantes e innovadoras por debajo del radar (Nightcrawler, Snowpiercer, Brick, Blue Ruin...)
Por otro lado, desde que el cine es cine, un alto porcentaje de sus producciones tienen detrás un guión basado en una novela o un hecho real, y algunos de los guiones originales pueden ser también una vuelta de tuerca a esas mismas historias. Y no estoy diciendo que haya que conocer todas esas fuentes, cuando precisamente una de las funciones del cine (y la televisión) siempre ha sido la de acercar al gran público productos anteriormente menos populares. Pero al menos tenerlo en cuenta antes de querer descubrir a las masas este hecho catastrófico que solo un gran analista puede sacar a relucir con tanta agudeza y precisión...
Y la cosa se agrava cuando, por simple afinidad, se pone como ejemplo de originalidad una serie de televisión basada en un personaje que existe desde 1941...

Es mucho más sencillo criticar con una serie de argumentos sesgados, e incluso datos erróneos, una tendencia que no nos gusta, que reflexionar sobre si esa supuesta tendencia es fruto de una decadencia real, de una percepción personal basada en el prejuicio, o de un cambio en la naturaleza del consumidor y el posicionamiento de los productos.
Más sencillo que tratar de analizar los hábitos de demanda de una generación marcadamente mitómana, y las que le siguen. Y desde luego, mucho más fácil y menos laborioso que dedicar tiempo y esfuerzo a buscar y ofrecer alternativas a tu público potencial.
Mucho más fácil que distinguir entre toda esa reutilización de materiales conocidos, qué propuestas creemos que merecen la pena de las que no. O recordar a creadores que sí han aprovechado esos trampolines para contar las historias que querían.
Es mucho más fácil entrar en la constante contradicción con tal de cubicar, escoger un tema más o menos manido para hacer una aproximación polémica, recoger cuatro datos de aquí y allá para complementar nuestras carencias, e intentar ocultarlas de un mundo que queremos que nos juzgue como una referencia que sabemos que no somos, pero que morimos por aparentar. Es mucho más fácil hacer todo esto deprisa y corriendo y ponerse delante de un micrófono o un teclado, que ser honesto con uno mismo y con tu público.

Errar es humano, pero quien mucho yerra y nunca rectifica, tiene un problema, y puede suponer un problema para los demás. Porque está muy bien tener las ideas claras, la vehemencia, e incuso la polémica; pero mi propia experiencia me dice que quien nunca cambia de idea, no es porque tenga las ideas claras, sino porque no sabe lo suficiente.

Puede que falte originalidad, como puede que falte capacidad del otro lado para ubicar el talento, u oportunidades para que éste sobresalga. O puede que no. Parece más bien un tema abierto a debate sin un claro vencedor, que un tema para una exposición unilateral y dogmática.
Lo que desde luego sobra son creadores de contenidos que únicamente se dediquen a intoxicar a su audiencia con sus propios prejuicios. Lo que sobra es mediocridad. Y cuando la mediocridad se premia, todos estamos tentados a coger la vía fácil. Y lo grave no es tomarla como fruto de la inexperiencia, sino hacerlo de manera premeditada y reincidente.

Ya que la calidad de nuestros contenidos depende tanto de criterios objetivos como subjetivos, debemos velar al menos por que su ética, la cual sí depende completamente de nosotros, sea lo menos dudosa posible. Hacerlo de corazón, en lugar de llenarnos la boca de un ejemplo con el que no predicamos.

 Y si no enlazo en esta entrada el contenido que ha provocado esta reflexión (aunque se puede encuadrar en un marco más amplio, que nunca general), no es por tirar la piedra y esconder la mano, sino porque no quiero publicitar y redirigir a mis (pocos o muchos) lectores a un contenido que considero absolutamente nocivo, incluso a modo de ejemplo.

Dicho esto, cierro este pequeño paréntesis, anunciando que entre hoy y el unes caerá el capítulo 4 de "La cura" (cerrando flecos). ¡Saludos a tod@s!

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