jueves, 20 de agosto de 2015

The Railway Man ("Un largo viaje". Jonathan Teplitzky, 2013): Tan conmovedora en el fondo como poco arriesgada en la forma.


The Railway Man es la tercera película, y la única de cierto renombre, del director australiano Jonathan Teplitzky, basada en la autobiografía homónima de Eric Lomax. Una historia que ya fue adaptada para la televisión por la BBC en 1995 bajo el título Prisoners of Time, con John Hurt en el papel de Lomax.

Durante la Segunda Guerra Mundial, tras la conquista de Singapur por parte de los japoneses, los prisioneros aliados son forzados a trabajar en la construcción del ferrocarril Tailandia-Burma, una empresa de proporciones inhumanas, para la que según la propia película, se requería un ejército de esclavos. A raíz de dos actos clandestinos, pero más bien inocentes, uno relacionado con la moral de los prisioneros, y otro con su propia devoción por los trenes, Eric Lomax es acusado de conspirar contra sus captores, siendo apartado del grupo (donde hasta ese momento, como ingeniero, tenía ciertos privilegios), humillado, y torturado repetidamente. Años después, todavía arrastrando graves secuelas psicológicas, localiza a uno de sus captores al que creía muerto, y emprende el viaje para confrontarlo.

La cinta arranca con el primer encuentro entre Lomax y la que sería su segunda (y definitiva) esposa, Patti. Una escena que condensa con bastante acierto la fascinación de su protagonista hacia los trenes, así como hacia la mujer que le acompañaría durante el resto de sus días. Aun siendo una narración serena y con tendencia a la elipsis y la omisión de detalles importantes sobre la vida de sus personajes (nunca sabemos cómo se ganaba la vida Eric Lomax, ni tampoco nada de sus hijos o los de Patti), tampoco deja que perdamos el hilo, y sienta unas bases lo suficientemente sólidas como para entender sus comportamientos a lo largo del desarrollo de la historia.

Pero es cuando tiene que contarnos lo sucedido en aquellos campos de prisioneros y el calvario personal de Lomax, donde la película no arriesga y se convierte en un relato relativamente convencional, un conglomerado de cosas que ya hemos visto, un infierno del que se habla mucho más de lo que se nos muestra, y la referencia constante a una habitación que, finalmente, quizás no tiene tanto protagonismo como todo parecía indicar. Se produce así una marcada descompensación entre las dos líneas temporales, que hace perder enteros al conjunto.

Porque mientras el pasado tiene un cierto tufillo a telefilme, quizás no en lo técnico pero sí en lo narrativo,  y sin que tampoco ninguna actuación sobresalga especialmente, en el presente Colin Firth se come la pantalla, sin excesos ni histrionismos. Y es que junto al componente humano de la historia en que se basa, Firth es el indudable e infalible motor de esta película. Una actuación que por momentos no tiene nada que envidiar a su premiado Discurso del Rey, aunque en el tramo final pierda algo de fuerza, también en pos de que Hiroyuki Sanada pueda tener protagonismo en una historia que casi con total seguridad, reclamaba algo más de metraje para él, y algo menos para Kidman.

Si bien es correcta en casi todos sus aspectos, e incluso superior a la media en algunos de ellos, The Railway Man puede no ser un visionado imprescindible. Pero sí lo es la historia de Lomax y Nagase, un relato de pérdida, venganza, culpa y redención que no debería dejar indiferente a nadie. Bien vale la pena gastar dos horitas en conocerla. Porque muchos son los títulos que nos hablan de lo que la guerra puede hacer a los hombres; pero no tantos los que nos hablan de qué pueden hacer los hombres tras ello. Para quien tenga ganas de más, siempre quedará el libro. A quien no le diga nada, más allá de las limitaciones expuestas, tal vez debería revisarse el corazón. O el alma.


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